1. Y pensar que, hace muchos años, cuando apenas era un mozo flacucho y sin bigote, me encantaba hacerme el hombrecito delante de la enfermera que, echado en su regazo, me clavaba en el glúteo aquellas dolorosas agujas contra el reúma.

    —¡Ay!

    —Relaja el culete, que te va a doler más, me decía y luego me soltaba con un cachetín y un guiño.

    Creo que por esa mirada tan cómplice y por mi natural tendencia a lucir el trasero he sido un mujeriego impenitente hasta el día de hoy, aunque a ahora veo el precio de mi dejadez.

    —Pase y desvístase de cintura para abajo, me dice un doctor muy serio que me mira con reproche y preocupación.

    —¿Es grave?, pregunto sin la menor respuesta, salvo un suspiro de reprobación.

    Mientras observa mi ruinoso estado y se ajusta los guantes de látex, el doctor manipula con destreza el vial y piensa en la cantidad de víctimas de mi insensatez, pero mi mente, temerosa del diagnóstico, ya está de viaje a la clínica de mi infancia, donde la realidad dolía menos que un pellizco.

    Enlace a ENTC


    0

    Añadir un comentario

  2. Mi familia me ha regalado un reloj, no uno nuevo sino el que siempre usé hasta que ya no me hizo falta y lo abandoné en un cajón. Lo han reparado y creo que se han gastado un dineral para darme esta sorpresa, a mi edad. También han preparado una tarta enorme, por fin de queso. Uno es joven mientras sigue sorprendiéndose. El tiempo, querida familia —pienso para mí—, es una magnitud lenta e inexorable, y nadie como un centenario sabe que fluye hacia delante y sin freno, pero si me concedieran, ahora que es mi cumpleaños, el deseo de retroceder en mi pasado, querría recuperar el buen humor de los noventa, la serenidad de los ochenta, la lozanía de los setenta, el vigor de los sesenta, la estabilidad de los cincuenta, la madurez de los cuarenta y la memoria para recordar qué pasó antes en esos años tan difusos que, por suerte, no echo de menos, salvo por el fuelle de aquellos pulmones que habrían apagado estas dichosas velas de un soplido.

    Enlace a ENTC

    1

    Ver comentarios

  3. Cualquiera podría pensar que la creación le costó mucho trabajo, y es verdad, pero nadie imagina cuánto más esfuerzo le requiere destruirla, y eso que le bastaría con chasquear los dedos así, con un mínimo gesto, como cuando nos dio la luz, el viento y las semillas. Por eso anda últimamente algo ensimismado, que ya ni se nos aparece en las ceremonias por muchas ofrendas que le hagamos, o tal vez sea por eso mismo por lo que no responde a nuestras rogativas para que nos serene esta pertinaz sequía y nos traiga el agua, los brotes y las cosechas, como siempre hizo cuando le pedíamos que vertiera unas gotas divinas sobre nuestros campos. Quién sabe si está pensando verter todo ese lagrimón sobre sus insaciables criaturas.
    0

    Añadir un comentario

  4. Con los humanos como atracción estelar, el planeta merecía el apocalipsis, pero, acuciados por la improvisación y lo absurdo del proyecto, les dieron un plazo mientras los asnos se entrenaban con las trompetas, cosa que no parecía faena sencilla, y así la humanidad se entregó a la molicie, los borricos al solfeo y el mundo a girar eternamente, ajeno a los funestos planes que los dioses habían urdido y que no veían cómo aplicar según el libro. En la corte celestial todos miraban al jefe con rencor por sus decisiones, por su imagen y por su semejanza.

    0

    Añadir un comentario

  5. Siguió el movimiento de sus labios y adivinó las palabras atentas que todo buen camarero debe dirigirle a la clientela, y también observó en su mirada una cordial sumisión propia de la inexperiencia.

    —Lo de siempre, dijo con aplomo aunque con tono afable.

    Para ser el primer día de trabajo, la cosa empezaba ya mal, y ante esa petición ya no le iba a bastar la gentileza de los chiringuitos, de modo que, disimulando su apuro y repasando con un paño limpio la barra, el aprendiz decidió afrontar el reto con la compostura requerida en los clubes señoriales a los que acuden solamente caballeros distinguidos.

    —Ahora mismo, señor, respondió queriendo trasladar la seguridad que no tenía.

    ¿Qué tomaría un tipo como aquel a una hora en la que lo mismo se pide un café que un vermú e incluso un menú del día? Para esas preguntas no le habían dado respuesta en la acelerada formación que recibió la tarde anterior, y tampoco veía que su desaliñado compañero fuera a resolverle con su habitual desparpajo el gran dilema profesional al que se enfrentaba.

    Mientras tanto, medio sentado en el taburete y observando a los asiduos, el cliente no parecía ni impaciente ni preocupado por lo mucho que ya tardaban en servirle, y esa indolencia no parecía sino agravar la situación detrás de la barra, un espacio sin escapatoria del que no es fácil salir indemne.

    Vencido por las circunstancias e intuyendo un tropiezo ante sus compañeros, decidió aceptar que la prueba era de talla y consultó al veterano, que ya lo veía algo perdido.

    —¿Qué suele tomar ese señor? Es que me ha pedido lo de siempre, y claro, yo…

    Apiadado por su colega pero incapaz de resolver semejante contratiempo, se encogió de hombros como diciéndole que tenía que apañárselas, esa solución que deja más tranquilo a quien la da que a quien la recibe. Recurrir al consejo del jefe de sala era reconocer una debilidad que podría suponer un baldón sobre su incipiente reputación profesional, pero qué hacer si no.

    Al otro lado del mostrador, el caballero, igualmente ajeno a las cuitas del camarero, se acercaba a una atrayente ejecutiva que, acosada por dos moscones muy bien vestidos, cambió una mesa por la barra y con la que quería entablar cualquier conversación, lo que le daba al inquieto empleado, desdeñado también por su jefe, un margen para poner en marcha su desesperada estrategia, que consistía simplemente en abrirle una botella de vino del bueno, servirle jamón y decirle que estaba invitado, lo que sellaría entre ellos una complicidad eterna y lo llevaría al paro acto seguido. Por suerte, una luz serena le atravesó la mente y le hizo ver que reconocer su impericia ante todo el mundo no era una deshonra ni una locura. Era una pregunta muy sencilla. ¡Qué más da!

    Al verlo acercarse con las manos vacías y el rostro contrariado, el cliente, que ya había olvidado su pedido por tener a la vista intereses más ventajosos, sin dejar que el camarero abriera la boca, alzó un dedo, se acercó más a la señora, y señaló la copa vacía diciendo:

    —Olvide lo de antes, tráiganos dos de estos.


    0

    Añadir un comentario

  6. No son tan amables como yo pensaba estos apuestos camareros que, sin tacto ni experiencia y por un salario de miseria, se pavonean por el restaurante espantando a la clientela de siempre.

    -Sorry, ¿de qué está hecho esto?

    -Pues de qué va a estar hecho, morena, de todo lo más tierno.

    Estos meseros de tres al cuarto no distinguen una sopa y un guiso, pero seducen con sus requiebros a las curiosas turistas. Nunca sabrán vender nuestras raciones a la vieja usanza:

    -Los callos están hechos de tripas, corazón.

    0

    Añadir un comentario

  7. Le dice que yo no existo, pero que venga a verme al acabar en el parlamento; que soy de lo que no hay, pero que no falte a la cita tras la audiencia; que soy lo nunca visto, pero que luego no se asombre cuando me vea resolver sus problemas en el consejo de administración a cambio de seguir diciendo que ni me ha visto ni me ha oído. Así somos los de aquí: a diferencia de los dioses y los exhibicionistas, somos héroes cuando nadie está mirando.

    0

    Añadir un comentario

  8. Gracias a papá y a sus tejemanejes me pagarán un dineral por no hacer nada y mandar mucho:
    -Te quiero, hijo mío.
    Y con mi primer salario le compraré una plancha a mamá, que me abrazará decepcionada, como hace con su marido. A los hombres de esta familia siempre nos gustó esclavizar a la gente y adivinar su desagrado mientras nos muestran obediencia.

    0

    Añadir un comentario

  9. Armario o cornisa, ya sabes, más suave o más fuerte, y no basta con patalear o chillar, que con esto no se oye nada. Paro cuando te desmayes, pero no montes un escándalo, que tampoco quiero molestar a los vecinos y que llamen de nuevo a la policía, y que vengan y nos pillen así, y que la del tercero se lo cuente al del bar, y que todo el barrio vaya chismorreando que si tal o que si cual. Y tampoco quiero que llamen a casa para unirse a nosotros.

    0

    Añadir un comentario

  10. Siempre tronando contra todo, Estrellita era un torbellino de tres palmos y de piel albina, y además escritora, aunque vivía, como todos, de un oficio menos brillante y algo más lucrativo, eso sí, sin renunciar a alcanzar la fama.

    —Como no lleguemos, te tragas los folios.

    El plazo del concurso con el que saltar al firmamento literario vencía en unos minutos, por eso traía a su amigo el escritor JM Sánchez con la lengua fuera por esas calles, a esas horas y con zancadas impropias de una persona tan menuda. Estrellita se preocupaba por las cosas pequeñas: las tildes, los peldaños, las minúsculas, la altura del timbre, pero nunca se quejaba de su propia estatura ni siquiera cuando, llegados a la editorial, el mostrador escondía todo salvo una voz que recogía los manuscritos recitando:

    —Relato, título y autora Úrsula García.

    Para reconocer a su interlocutora, el empleado se deslizó sobre aquella repisa hasta descubrir una figura de aspecto improbable observándolo con gravedad.

    Ya en la calle, el escritor JM Sánchez, viéndola más relajada, quiso invitarla a un café y así poder preguntarle algo.

    —¿Quién es Úrsula García?

    —Pues yo.

    —Entonces…, ¿Estrellita?

    —Dicen que soy como una enana blanca.

    Enlace a ENTC

    0

    Añadir un comentario

Cargando